De modo que, percibimos todo lo que sucede a nuestro alrededor desde el filtro de nuestras convicciones.
Entonces, es desde ahí, desde nuestra experiencia y nuestras creencias, que observamos y evaluamos nuestro entorno y a nosotros mismos. Incluso, es desde esa misma óptica, desde donde completamos la información que nos falta.
Te daré con un ejemplo: Supongamos que todas las mañanas Pedro se encuentra a su colega Juan en el ascensor y se saludan cordialmente. Un día, Juan no saluda a Pedro porque anda muy preocupado por la enfermedad de su hijo, sin embargo, Pedro piensa “Juan no me saludó hoy, porque seguramente está molesto por mi ascenso y evidentemente quería mi puesto”.
¿Puedes verlo? La forma en que las personas sentimos está asociada a la forma en que interpretamos cada situación desde la óptica de nuestras creencias.
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Lo mismo sucede con los diálogos o autovaloraciones que hacemos de nosotros mismos. Un pensamiento de éxito impulsa una emoción de éxito que da lugar a un comportamiento de éxito. Un pensamiento de fracaso impulsa una emoción de fracaso que da lugar a un comportamiento de fracaso.
Entonces te pregunto, ¿Qué historia te estás contando?
Es fundamental estar conscientes del impacto que nuestros pensamientos tienen en nuestras emociones y comportamientos, ya que la forma en la que pensamos, será la forma en la que percibimos nuestro entorno y a nosotros mismos y consecuentemente guiará nuestra conducta.
En conclusión, démonos la tarea de alimentar nuestro cerebro con pensamientos positivos, optimistas y posibilitadores. Esta práctica, será decisiva para enrutar nuestra vida hacia el éxito.
«Creer que puedes hacerlo ya es la mitad del camino». (Theodore Roosevelt, 26.º presidente de los Estados Unidos).
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